jueves, 9 de octubre de 2008

El niño con el pijama de rayas, John Boyne

Tenemos en nuestras manos uno de los libros más vendidos en los últimos meses. Fácil de leer, con dos días sobra, pero un trasfondo espeluznante. Una de las lecturas que se recuerda con el tiempo (en especial su final).
Para no destrozar el libro nos abstendremos de contar nada sobre su argumento. Ya en la contraportada nos avisan de ello. Lo que podemos decir es el nombre del protagonista, Bruno, y su edad, 9 años.
Si alguien tiene pensado leerlo le aconsejamos hacerlo pronto pues ya se ha estrenado la película y en cualquier momento podrían ver fragmentos que disminuirían la sorpresa.
En mi opinión el libro debería ser de lectura recomendada en los institutos. No les iría mal a los alumnos de 3º de ESO.

domingo, 5 de octubre de 2008

El niño que pudo ser y no fue.

De pequeño quería ser arqueólogo, uno de esos que encuentra huesos de dinosaurios o a lo Indiana Jones, con su látigo y sombrero. Así no era raro verlo disfrazado de experto arqueólogo. Cogía la fedora del abuelo, la pistola de juguete de la feria y, por supuesto, el látigo, un trozo de cuerda con la que ataban al perro. Vivió miles da aventuras, desenterró cientos de objetos mitológicos y rescató millones de veces a la chica.
Todo era perfecto, todo sucedía como debía. Sólo había un problema y lo apuntó muy claro su padre "Te morirás de hambre". Con esa frase se truncó su sueño.
Años más tarde, a la hora de la verdad, decidió ser capataz de obras; a poder ser públicas. Bajo el punto de vista del padre todo era perfecto, todo era como debía: más de 3000€ de sueldo, coche de empresa, comidas de 80€ pagadas, trabajo seguro y buenos contactos.
Comenzó con un trabajito fácil, un par de carreteras estatales. Es cierto que algunos agricultores protestaron pero era bueno para la nación; en lugar de dos horas se podía llegar en hora y media. Luego vinieron las escuelas, parkings y pantanos. Trabajaba con proyectos de millones de euros y lo hacía bien. Los inspectores estaban contentos.
Llegó el día en que le asignaron un hospital, era mucho mejor que las carreteras; todo ciudadano quiere tener cerca un hospital. El presupuesto de la obra superaba los 40 millones de euros . Llegaron las máquinas y a la primera excavación resurgió su antiguo sueño; el terreno asignado al hospital era un gran yacimiento romano.
A sus pies se mostraron vasijas, muros completos, casas que conservaban algunas pinturas... Aquello parecía una de sus aventuras infantiles pero sin chica en peligro, estaba felizmente casado. Los inspectores llegarían por la tarde para los últimos flecos. Los operarios le miraron a la espera de una señal.
Dio la señal mientras una lágrima de niño resbalaba. Dos frases cruzaban su cabeza "la sociedad necesita hospitales" y "¿cómo se justifica la detención de una obra de 40 millones de euros?". En un instante enormes camiones como casas llenaron el terreno, las excavadoras sacaban tierra y vasijas, tierra y muro, tierra y pintura. Lo que la naturaleza había conservado durante más de mil años quedó destruido en media mañana.
Por la tarde los inspectores le dieron palmaditas en la espalda y con cada una se soterraba un poco más al niño que pudo ser y no fue.
¿Cómo se justifica la detención de una obra de 40 millones de euros?

miércoles, 1 de octubre de 2008

Historias de cronopios y de famas, Julio Cortázar

Hace tiempo ya comentamos dos de las historias de este libro, "Progreso y retroceso" y "El aplastamiento de las gotas"
Con su particular estilo, intenso y depurado, Julio Cortázar nos da una visión de las cosas cotidianas. Y es que este libro es una colección de pequeñas historias: algunas preciosas, otras muy profundas y el resto un pelín complicadas de entender pero todas ellas preciosas y agradables de leer.
Como muestra un botón.



HAGA COMO SI ESTUVIERA EN SU CASA

Una esperanza se hizo una casa y le puso una baldosa que decía: "Bienvenidos los que llegan a este hogar".
Un fama se hizo una casa y no le puso mayormente baldosas.
Un cronopio se hizo una casa y siguiendo la costumbre puso en el porche diversas baldosas que compró o hizo fabricar. Las baldosas estaban colocadas de manera que se las pudiera leer en orden. La primera decía: Bienvenidos los que llegan a este hogar. La segunda decía: La casa es chica, pero el corazón es grande. La tercera decía: La presencia del huésped es suave como el césped. La cuarta decía: Somos pobres de verdad, pero no de voluntad. La quinta decía: Este cartel anula todos los anteriores. Rajá, perro.