domingo, 13 de abril de 2008

"EL CUERPO", PARTE I

Estaba en la cama con los ojos abiertos pensando en lo que había hecho. La había matado y no me sentía culpable. Sé que debería, al fin y al cabo también era dueña de la habitación.

Nuestra relación comenzó tiempo atrás, cuando todavía no me había convertido en una bestia sin sentimientos. Ella era muy joven; extremadamente pequeña, dirían algunos. Aunque la diferencia de edad, cuarenta años mayor por mi parte, no nos importaba. Hacía unos días que en la oficina mis sexagenarios socios cuchicheaban y reían sobre mi situación. Me había convertido en un chiste andante. Lo peor era sonreír ante ironías del tipo “Demasiado para un vejestorio como tu”. ¡Maldita la hora en que le pedí consejo al joven bocazas de John!.

En todo caso, lo cierto es que pasábamos las noches juntos y ella era plenamente consciente de lo que hacía. Mi inmensa fortuna no le interesaba en absoluto, o eso creía al principio.

Con los días conseguí que su mundo fuera yo, sólo yo. En la cama siempre me correspondía a mí, sumisa ella, cerrar la luz. Era su dios, capaz de apagar con un dedo el sol que la hacía revolotear muy feliz. Pobrecita, se pasaba los días sola, encerrada en mi lujosa habitación. En este momento no hace ni doce horas que, como siempre, mi mano, recelosa, giró la llave de la cerradura dejándola dentro sin escapatoria. ¡La pobre compartía las noches conmigo y yo le recompensaba de esta forma tan cruel!

Supongo que, en mi ausencia, se entretenía mirando su reflejo en las figurillas de oro que inundaban cada rincón. Numerosas veces, cuando creía que no la veía, la contemplé besar el marco de plata del espejo de cuerpo completo situado junto a la ventana. Le gustaban las cosas brillantes; aunque odiaba el color azul.

Ahora su cuerpo inerte, sin vida, reposa en el suelo; a nadie le gusta dormir con un cadáver. Sus grandes ojos me miran exclamando “¿Por qué?”.

El domingo 20 la segunda entrega

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