domingo, 15 de noviembre de 2009

Molinos de viento

Sentado junto al remolque se mira las callosas manos: arrugados dedos y antiguos cortes de principiante. Extremidades acostumbradas al frío y el rocío. Desliza con suavidad su mirada, topa con los esbeltos cuerpos de los jóvenes. El pecho le sube y baja con sentimientos contradictorios. Alegría por formar parte de la tradición; abuelos, padres y nietos. Pesar por los campos abandonados, la fruta devaluada, las ratas en el camino, hierbas, árboles sin podar, fruta podrida, monstruos impersonales de hormigón.

Se levanta despacio, el chirriar de los huesos se confunde con los de la balanza cuando cambian de cajón. El Sol brilla en las hojas de los naranjos, chispas de arco iris donde predomina un color. Se vuelve a mirar las manos como implorando. Una última vez, sólo una. Sentir las tijeras, el raspar del naranjo protegiendo la fruta, el jadeo del compañero, el barro en las botas...

Cuando entra en el huerto lo hace como un torero en una plaza, el susurro del viento suena a palmas. Se lanza desesperado contra un árbol oscuro semejante a un toro, alto como un molino de viento. Un desesperado Don Quijote que intenta recobrar su juventud. Sonríe al ver que sus manos aún recuerdan.

Clic, clic

Toma una naranja, la mira como el diamante que es, la observa sintiendo el valor, la magia, el regalo divino. Un milagro de un año en un instante. Al aspirar el dulce aroma de la resina siente como resbala una lágrima; suave y cálida. Se suelta de su mejilla, agua que dará vida a otra fruta.

1 comentario:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.