domingo, 13 de septiembre de 2009

Un destino

Manuel tenía un problema: a poco que lo observaran se podía leer su destino. Lo iba escribiendo con su forma de caminar, lo gritaba al conducir hablando por el móvil o pegándose al de delante.
Se olía su sangriento final al verlo en la moto sin casco y a cada gramo de droga se ataba un poco más.
Al final un cuchillo dos dedos más grande que el suyo le quebró el corazón.
Días después, en el entierro, sus examantes aún enamoradas de la chulería que emanaba, aseguraron haber oído, a las doce del fatídico día, como se desprendían mil hojas.
Pero no fueron las únicas, las muñequitas de porcelana, aquellas embuditas en minifalta que tanto le gustaban y que dejó preñadas, sintieron como se removían sus entrañas.
Incluso el dueño del puñal, sabedor que compartían destino, le rindió homenaje en otra pelea.

1 comentario:

Javi dijo...

Es corto y aun así sobran palabras gracias a: "Al final un cuchillo dos dedos más grande que el suyo le quebró el corazón". Muy bueno. Me gusta.