domingo, 21 de diciembre de 2008

De bombillas y mecánicos

Tenía una bombilla fundida, una de las rojas que indican el freno, la posterior derecha. Una simple bombilla que podía machacarme la ITV, pero no sabía un sitio de confianza donde ir. El mecánico habitual quedaba un poco lejos, exactamente a unas cuatro horas en barco junto con otras dos de coche. Así pasé un tiempo, medio tuerto de trasero. 

Ya casi la había olvidado, renegándola a una alarma que saltaría al llegar la Navidad y con ella la vuelta a casa. Pero los imprevistos salen de forma extraña; una compañera olvidó un intermitente en su coche, un modelo raro que al quitar las llaves deja las luces encendidas. No sé en qué pensaría el ingeniero al hacerlo, puede que en el parking de su casa o quizás en la comida de reyes, la cuestión es que no arrancaba. La acompañé a por las pinzas a un taller familiar con varios empleados, un grupo de hermanos en que cada uno tiene una función: uno la contabilidad, otro la parte mecánica, otro la búsqueda de piezas... 

Tras explicar el problema conseguimos unas pinzas, de esas que traen la batería incorporada. A la vuelta comprobaron la batería, la colocaron en su lugar y con una sonrisa dijeron que estaba perfecta, un desmayo transitorio supongo, no quisieron cobrarle. 

Esa misma noche la alarma saltó, no era el día programado pero sonó. Sonó al descubrir la honradez lejos de casa. 

A la mañana siguiente volví al taller, en un principio para una puesta a punto preparatoria de la ITV que incluía la bombilla. El dueño colocaba el neumático a una rueda; de vez en cuando sonaba una especie de petardo, la goma colocándose en su sitio. Tras un vistazo las palabras fueron sencillas: "no creo que tengas ningún problema con la ITV". Un operario abrió el maletero, soltó unas pestañas y allí estaba la bombilla fundida. La miró a contraluz, en efecto, el hilillo estaba roto. Cogió otra, la colocó, pulsé el freno y volvió a colocarlo todo en su sitio. 

"Ya está" me dijo con una semisonrisa, en total no llega a dos minutos, un cambio que podría realizarse en casa si no fuera un inepto con los coches. Le pedí la cuenta al dueño, otro estallido de un neumático, le preguntó el tipo de bombilla al operario y me dijo "cuatro euros". No era lo que me esperaba, le di diez y salí convencido de su honradez y mi torpeza pero con algo más importante: un mecánico de confianza lejos de casa.

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